Sevilla, 3 de diciembre de 2006
La Libertad de Expresión y la Democracia son dos cosas que van íntimamente ligadas, de forma que no puede haber Libertad de Expresión sin Democracia, ni Democracia sin Libertad de Expresión, estos dos elementos en sí forman la base de cualquier Estado de Derecho y por consiguiente son garantía de convivencia de la ciudadanía. Cualquier persona puede expresar libremente sus ideas, sin ninguna cortapisa ni censura, si en el ejercicio de este derecho alguien se extralimitara, sería el Poder Judicial, herramienta de la Democracia, desde su independencia el encargado de evaluar y sancionar, si procediera, el mal uso de la libertad de opinión.
“Hasta aquí todo claro” ¿pero que ocurre cuando conociendo los límites de la Libertad de Expresión, que el Estado de Derecho ofrece, no la expresas con la claridad y la rotundidad que tu ética y tu razón quieren que lo hagas? Podemos decir que se produce una abolición de parte de tus Libertades Civiles y Democráticas, a este hecho lo podríamos llamar autocensura.
Este proceso aparece cuando una misma, por miedo a dañar a terceras personas en su dolor, reprime su raciocinio de exponer libremente lo que piensa, y una misma limita y restringe, en parte, su personalidad así como sus derechos de ciudadana.
Esto se da cuando se vive en un país como el nuestro que padece la calamidad del terrorismo, que tanto dolor nos ha producido al arrebatar cientos de vidas de todas las edades y estamentos sociales, un país con tanto sufrimiento y miserias a lo largo de su historia.
Así, un buen día, te encuentras que tú, que fuiste capaz de luchar por tus ideas y de manifestarlas a sabiendas de que te la jugabas, ya que en la dictadura cualquier discrepancia pública contra el régimen estaba castigada con pena de cárcel, decides callarte y no exteriorizar tus ideas.
Este día llegó para mí cuando se le rindió homenaje póstumo a Miguel Ángel Blanco. Tras su secuestro y asesinato, uno de los más repugnantes crímenes de ETA en su larga trayectoria de delincuencia sanguinaria, cuando el ejecutivo no cedió al chantaje de la banda terrorista, sentí que me arrancaba el sosiego con este execrable hecho. Después de ese momento entraron en coalición mi raciocinio y mi libertad de pensamiento en mi recuerdo a una persona que había entregado su vida por las libertades.
Los del Río cantaban su famosa “Ay Macarena” ante la presencia de los padres de Blanco qué asistían a aquel evento con la vista perdida, propio de aquellas personas que la vida le asigna la peor de las desgracias, la muerte de un hijo.
Los abucheos que tan sonoramente le dedicaron las nuevas generaciones del PP a cantantes y actores, por ser personas de izquierdas, que movidos por el dolor que en aquellos días nos atenazaban a todos y a todas, se ofrecieron para participar en dicho acto, me provocaron un sentimiento de incredulidad y de rechazo ante aquel grosero espectáculo, que a mi parecer, más que un homenaje póstumo, resultó ser tal falta de respeto hacia la víctima y su familia que opte por callar.
Y este silencio lo he seguido manteniendo con respecto a declaraciones y hechos que he tenido que ver en los últimos años con el terrorismo y sus víctimas. Creo que dado los acontecimientos que se están dando al hilo de esto debo retomar mi libertad de expresión y no sentir que me traiciono a mí misma como persona y como ciudadana.
Con todos mis respetos a las personas víctimas de ETA, no es lícito utilizar el dolor con una inmensa puesta en escena que el PP dirige y orquesta en contra del gobierno, con fines políticos cada vez que promueve una marcha para acabar contra el proceso de paz. Hasta que punto es tolerable y aceptable, que damnificados por el terrorismo de ETA, que sufrieron en su carnes amputaciones y que todos y todas hemos visto caminar, lo cual supuso motivos de alegría y satisfacción para todas las personas de bien, ahora aparezcan en carritos de ruedas abriendo las manifestaciones y que se presten a ello, en vez de seguir dando ejemplo de superación y dignidad a todos y a todas.
Manifiesto mi intención de intentar no volver a autocensurarme, he llegado a la conclusión de que este es un factor con el que aquellos que carecen de escrúpulos cuentan para llevar a cabo sus propósitos. Asimismo, me gustaría mencionar aquella otra parte de las víctimas de ETA, que sufren en silencio sus pérdidas e intentan superar el dolor, día a día, y que están dispuestas a la aceptación, que no al perdón, para que los demás no pasen por lo que ellos y ellas están pasando
Por todo lo expuesto quiero manifestar: En mi nombre Sí.