16 noviembre 2005

Iglesia y Estado

16 de noviembre de 2005

No quisiera que mis palabras supusieran en ningún caso una ofensa para ninguna persona que profese el catolicismo y, mucho menos, que nadie pueda utilizarlas para tal fin. Por todo ello, antes que nada, vayan mis respetos a la fe católica, en todos sus aspectos y con todos sus componentes ideológicos.

Como de fe y de creencias se trata, doy por sentado que todo el mundo entenderá que es una cuestión de: “se tiene o no se tiene”. Esto ni se discute; pero, dado que muestro mis respetos, espero que a cambio no se coarte mi libertad de expresión.

Max Weber, quien está considerado el fundador de la Sociología Moderna, demostró a través de sus ensayos que el progreso experimentado por los países que se acogieron a la Reforma; así como el retraso de los que siguieron los principios de la Contrarreforma propiciada por Roma en el siglo XVIII no es casual. Existe sin duda un nexo entre el éxito económico y el bienestar social y la religión.

Weber afirmaba que el hombre moderno profesional es un producto del protestantismo. Hazte rico para servir a Dios; esta sería la consigna de los protestantes y, puesto que a los ojos de Dios, se le servía con el trabajo duro y la acumulación de capital e inversiones, surgió el capitalismo.

Durante el siglo XVIII, Inglaterra separó claramente Iglesia y Estado, poniendo las bases de la convivencia civil. La política era asunto de todos y todas (este y no otro es el concepto de participación ciudadana); las creencias que cada uno profesara pertenecían en cambio al ámbito privado y familiar.

En cambio en España, como ya sabemos, esto no sucedió. Ni el siglo XVIII, ni en el XIX, ni en el XX y, aún ahora en el siglo XXI, sigue sin suceder.

Las recientes manifestaciones en las que la jerarquía eclesiástica ha participado bien lo demuestran: han tratado de anteponer los motivos religiosos a una decisión política.
Quizás lo que haga falta aclarar en todo este asunto es que el PP ha sido el brazo político de la Iglesia; o bien ha sido la Iglesia quien se ha servido de este partido para poner de manifiesto el poder que ocupa
en su estructura (Opus Dei, Legionarios de Cristo, etc.).

Sea como fuere, debería quedar claro para los representantes eclesiásticos en nuestro país que no pueden por más tiempo tratar de imponer su doctrina religiosa a todo un Estado; y que incluso esta misma jerarquía está empezando a recibir las críticas y la desaprobación de una buena parte de los católicos/as del país.

Si queremos seguir profundizando en nuestra democracia, en el bienestar económico y social y en nuestras libertades, ya es hora de que lo que no se hizo en el siglo XVIII se haga ahora.