20 marzo 2008

In Memoriam Isaías

Sevilla, 20 de marzo de 2008

Transcurrido un tiempo desde las elecciones generales del pasado 9 de marzo, ya con las urnas cerradas, los votos escrutados y dados a conocer los resultados definitivos, ha llegado el momento de escribir con libertad y sin que mis palabras puedan ser tomadas, de manera alguna, como electoralistas. Quiero, pues, alzar mi voz y mis sentimientos en recuerdo de nuestro compañero asesinado Isaías Carrasco: resulta difícil transmitir el dolor que dicha pérdida ha causado a toda la ciudadanía, en general y a la familia socialista en particular.

Quizás la única manera de empezar a encauzar tales sentimientos sea tomar prestadas las palabras del premio Nobel de Literatura, William Russell: “Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están muertos”.

Es el caso del cadáver descompuesto de quien apretó el gatillo contra ti, Isaías. Era un muerto que teme a la vida, porque sólo así se explica tanta miseria inhumana edificada sobre el odio y que cobardes miserables, con el corazón lleno de gusanos, justificaran aquella abominable acción.

Pero, por desgracia, la cobardía no queda ahí, sino que se extiende como una mancha de aceite, ignominiosa, a aquellos que días antes de tu asesinato nos acusaban a los socialistas de traidores y de no respetar a las víctimas del terrorismo. Si a alguien le cabe alguna duda, que revise el debate días antes de las elecciones entre Rajoy y Zapatero y escuche las palabras del líder Popular. O que preste oídos a las declaraciones del señor Alcaraz, quien aún preside de forma no oficial la organización de inciertas intenciones que ha terminado por ser la Asociación de Víctimas del Terrorismo.

¿Cómo se puede, a un tiempo, ser víctima y verdugo? ¿Cómo faltar al respeto o traicionar la memoria de personas que han pagado el precio de sus ideas con su propia vida, como le sucedió al compañero Isaías? Es tan terrible, como inhumano; tan miserable como macabro.
Me gustaría hacer mías las siguientes palabras de Lagerlöf para que nos sirvan de escudo y proclama a toda la ciudadanía que lucha por la libertad: “Nadie puede liberar a los hombres del dolor, pero le será perdonado a aquel que haga renacer en ellos el valor para soportarlo”.