29 octubre 2006

Relatos Cortos. Goma de borrar

La goma de borrar en aquel estudio de dibujo se sentía como si fuera Dios. De hecho, se podría decir que ambos manejaban el mismo principio: el de los ciclos eternos. Durante los últimos años, la goma había permanecido en la mesa viendo caer de la pared multitud de calendarios, por no mencionar a los diferentes dueños del negocio que habían desfilado por él. Esta posición de permanencia absoluta le otorgaba una supremacía sobre el resto de objetos del taller. Pero donde su preponderancia tomaba forma de poder absoluto era en los bosquejos o en los dibujos terminados antes de que fueran retirados rumbo a la imprenta.

Tenía esta goma un poder maléfico sobre el artista que se sentara en la mesa de trabajo. Se apoderaba del impulso creador, decidiendo de manera autónoma cuáles serían los trazos o los personajes que sobrevivirían. Sólo tenía que transmitir su satisfacción para que permanecieran inamovibles en su sitio, o por el contrario mostrar sutilmente desagrado para que la mano creadora hiciese uso de ella. De este modo, paisajes, trazos o personajes quedaban automáticamente eliminados, pasando de un instante fugaz de vida a la permanencia indefinida en el limbo.

A pesar de sus muchísimos años, la goma permanecía prácticamente intacta, excepto por uno de sus extremos levemente achatado. Cosa que infundía aún más miedo si cabía en los clips, lámparas, pegamentos, lápices, reglas y el resto de objetos del estudio.

El carácter de la goma era pérfido y arbitrario; su poder lo usaba para aterrorizar sin piedad a las láminas y a los lápices hasta hacerles comprender cada noche, cuando las luces eran apagadas, que ella era la divinidad de aquel microcosmos y que sus deseos eran la ley.

Una tarde se inclinó sobre el antiguo tablero de dibujo un joven de aspecto desgarbado, cabellos largos y peinado nada convencional. La goma nada más verlo decidió que aquel dibujante no estaba a la altura de lo que ella merecía y estaba habituada a recibir. Desde el principio pues, estuvo dispuesta a sabotear todo su trabajo, por mucha calidad que este contuviese. Decidió el fracaso del nuevo inquilino e incluso lo aseguraría definitivo. Su plan consistía en dejarlo trabajar hasta llegar al final de su obra; entonces intervendría ella y haría que lo borrara todo. Así lo derrotaría. No le importaban ni los personajes ni los fantásticos paisajes que saldrían de los lápices: jamás tomarían vida. Era su voluntad y con esto bastaba.

Durante los primeros días la goma se mostró apática; aunque la obra del desaliñado dibujante fue tomando forma con rapidez.

Pasado un tiempo, observó un detalle que empezó a provocarle cierta inquietud: ¿qué clase de lápiz usaba, que no había que sacarle punta y aún así mantenía todo el tiempo un trazo fino, uniforme y negro? ¿Por qué? Por las noches, a oscuras y en silencio, no percibía el miedo de este como el de los demás. Bueno, ¿qué más daba? Pronto pondría las cosas en su sitio cuando ella ejerciera su poder.

La obra estaba prácticamente acabada, ¡había llegado su momento! Se apoderaría de la mente del artista y en pocos minutos terminaría con el trabajo de semanas. Se concentró y en efecto, como siempre había sucedido cada vez que lo había hecho, el joven estiró el brazo y la tomó entre sus dedos. La acarició con sus yemas, lo que acrecentó su excitación por acabar con todo aquello. Pero ante su sorpresa, el joven apuntó hacia la papelera con la intención de encestarla. Durante segundos no terminó de entender, mientras recorría los aires, qué había podido suceder. Se golpeó contra la pared, a escasos centímetros de la bolsa de basura que cubría la papelera, rebotó contra el suelo y se introdujo por una rendija de un enorme fichero que jamás había sido movido desde que se instalara la primera vez.

Aquel territorio era oscuro, húmedo y maloliente. Estaba lleno de restos orgánicos; sintió una honda repugnancia de encontrarse en semejante lugar. ¿Cómo era posible que una divinidad como ella se hallase en semejante situación? De pronto oyó voces, que percibía como lejanas:

- ¿Has visto la goma?
- ¿La goma? Paso de ella, acabo de tirarla a la basura.
- ¿Y eso? Pero, ¿qué vas a hacer cuando te equivoques?
- ¿Yo? Pues volver a empezar. Es el problema de dibujar con plumilla.

La goma se quedó estupefacta. Su poder no era ilimitado como ella creía.
Actualmente sigue en el mismo lugar, tan intacta como siempre, pero cubierta de telarañas y excrementos de ratones, sumida en una oscuridad continua. Contemplando la vida a ras de suelo.
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