02 febrero 2004

Corsarios

2 de Febrero de 2004


Si los socialistas queremos ganar las elecciones para llevar a cabo nuestro programa político, debemos plantearnos con seriedad y rigor cómo acabar con la patente de corso de la que goza la derecha en general, y el PP en particular. La manera en que se comportan determinados sectores del periodismo, representados por “profesionales” como Urdaci, Pedro J. Ramírez o Ansón, y políticos destacados del PP como el señor Zaplana , se podrían considerar como actuaciones de piratería social y de la información. Sin embargo, al encontrarse estas fechorías bajo la protección del gobierno, estos piratas pasan a tener inmunidad; es decir, pasan de delincuentes a corsarios. Así, se comportan como si tuvieran licencia para llevar a cabo actos prohibidos para los demás, moviéndose con total impunidad al margen de la ley, sabiéndose a salvo de toda responsabilidad por estar respaldado por quien tiene el poder. He puesto este ejemplo concreto, pero existen un sinfín de situaciones injustas que nos están tocando vivir en nuestros días.

Recordemos que la patente de corso era el despacho por el que el gobierno de un país autorizaba a un corsario a abordar barcos de otras naciones y quedarse con parte del botín. La diferencia entre piratas y corsarios residía pues en que el pirata actuaba por libre, sin estar vinculado al gobierno, mientras que los corsarios actuaban con el respaldo de éste y a su servicio, obteniendo así impunidad para sus acciones.

Esta es la situación en la que estamos inmersos; basta con escuchar la radio, ver la televisión o leer la prensa para que esta realidad se manifieste.
El señor Fraga minimiza la condena de un alcalde del PP por abusos sexuales a una menor, ofreciendo todo tipo de excusas a favor del agresor. No contento con ello, criminaliza a las personas que nos escandalizamos por sus declaraciones, mezclando el amor libre con las parejas de hecho, como si las personas que ejercemos libremente nuestro derecho al pensamiento, a la privacidad y a la sexualidad sin coacciones estuviésemos descalificados para opinar del tema, tachándonos de poco menos de hipócritas.

Después de la fechoría, vienen los ataques de rancio fascismo. Aparece el responsable del PP en Galicia diciendo que los ciudadanos/as que hemos escuchado las declaraciones del presidente de la Xunta lo hemos malinterpretado, y la responsable en temas de la mujer pasa a justificarlas en base a los supuestos ataques que ha sufrido el señor Fraga y sus profundas convicciones tradicionales por ciertos colectivos.

Preguntado el señor Rajoy por dichas declaraciones, afirmó desconocerlas. Su silencio, y el de los demás dirigentes del PP, supone un ataque a la dignidad y a la seguridad de las mujeres. En consecuencia, constituye una apología de los malos tratos.

Usted, señor Rajoy, propuso como una de sus promesas electorales poner unos brazaletes a los maltratadores. Yo, como ciudadana, le pediría que además de esta medida pusiera un bozal al señor Fraga, porque con tales declaraciones no merece menos.

Estos hechos han pasado a la opinión pública debidamente filtrados por los corsarios del PP, de tal manera que unas manifestaciones tan graves como las que ha realizado no han tenido la respuesta social que se merecen, y por parte del señor Fraga no cabía esperar menos que la rectificación de sus palabras o la dimisión. Pues bien, gracias a sus corsarios, este señor no ha hecho ni una cosa ni otra. La indefensión en que usted ha dejado a una menor víctima de abusos sexuales quedó de manifiesto en el pleno del ayuntamiento, donde los afines al abusador intimidaron a los medios de comunicación, y donde este abusador va a seguir siendo alcalde.

Señor Fraga, permítame decirle, como mujer y como ciudadana, que para mí la virilidad se demuestra auxiliando al más débil. En este caso, a la menor. Es a ella a quien usted debió brindar su apoyo, y debió enfrentarse al maltratador para que no ejerciera ni un solo día más como alcalde. Desde mi honestidad de mujer, le puedo decir que usted puede ser muy agresivo y violento, algo que ya demostró al servicio de un dictador en años pasados, pero como persona carece de los tributos de honor y virilidad que su género requiere.