31 julio 2006

Masacre en Canaán

Sevilla, 31 de julio de 2006


En ocasiones tengo la sensación de ser una convidada de piedra; alguien incapaz de cambiar el curso de los acontecimientos por muy injustos y monstruosos que estos sean. Cuánto dolor y cuánta impotencia: puedo decir que, si conservo mi integridad física, librándome de la tortura o la muerte, es por puro azar, dependiendo únicamente del lugar en donde nazca.

La Historia y la Civilización no caminan siempre en línea recta, sino que, por el contrario, se producen altibajos e involuciones. Existen momentos en los cuales los seres humanos demuestran su madurez a través del progreso de las ciencias y las mejoras sociales; pero también se dan otras sociedades, dirigidas por necios y estúpidos, que utilizan el agravio permanente para sacar lo peor de sí mismos: su gusto por la muerte y su regocijo ante el sufrimiento humano.

A lo largo todas las etapas de la Historia, siempre han sido los poderes económicos, insaciables y conservadores, los que han perseguido a los hebreos; valiéndose de todo tipo de supersticiones contra ellos, transmitiendo el antisemitismo a las clases desfavorecidas con el fin de hacer más fácil esta persecución y convertir a todos los miembros de la sociedad en testigos mudos de tamaña injusticia. Esto ha sido así desde la Antigüedad: desde la invasión de Judea (actual Palestina) por parte de los romanos, hasta mediados del siglo XX, pasando por la Edad Media y el Renacimiento.

No puedo entender entonces la extraña alianza que en la actualidad mantienen los gobernantes de Israel con la extrema derecha, ni porqué ésta ahora los convierte en sus aliados.

Son cuestiones que sólo Dios, o el Diablo, podrían explicar. ¿Cómo el pueblo de Israel, amparado en su supremacía militar, repite un patrón de comportamiento con otros seres humanos del que ellos mismos fueron víctimas?

Con la masacre perpetrada en Canaán por la aviación israelí contra civiles libaneses, que ha costado la vida a 63 personas, 37 de ellos niños, la Ética y la Humanidad entera sufren un retroceso. Nos muestra lo peor del ser humano. Una acción como está deja constancia de que los dirigentes del gobierno israelí sólo saben responder con muerte y destrucción a los problemas. Hablo conscientemente sólo del gobierno, porque me niego a creer que la totalidad del pueblo de Israel haya perdido su razón, su ética y su humanidad.

Los hechos acaecidos nos sitúan a las personas que defendemos los Derechos Humanos ante una grave tesitura que jamás debería haberse planteado. Los terroristas emplean a la población civil como moneda de cambio para conseguir sus objetivos y los llaman “mártires”. Israel proclama constantemente su necesidad de defenderse a cualquier precio, aunque este sean discapacitados y vidas infantiles. A los que ejecutan estas acciones los denominan “héroes”.

Me gustaría saber cómo los llaman ahora, tras lo ocurrido en Canaán, los que, hace tan sólo unos días, nos calificaban a quienes estábamos disconformes con tales atrocidades como “antisemitas”. Estoy segura de que estos mismos hubieran guardado silencio ante el humo de las chimeneas de los campos de exterminio.