Derecho Internacional y Humanitario
Sevilla, 15 de julio de 2006
Acabada la Segunda Guerra Mundial, emergieron las dos grandes potencias que decidirían el curso de la Historia durante los siguientes 50 años: la Unión Soviética y los Estados Unidos de América. Ambas naciones dividieron el mundo en dos esferas.
Años después, tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos llegó a ser la gran potencia que dirige en la actualidad en gran medida los destinos del resto del Globo Terráqueo.
Quizás una manera de hacerse fuerte sea reconocer nuestras propias debilidades. La realidad es que la Unión Europea, frente los Estados Unidos, carece de peso específico ni tan siquiera para hacerse oír. Eso no nos debe extrañar sistemáticamente, teniendo en cuenta la opinión de los europeos y que el Estado de Israel ignora de forma invariable a la Comunidad de las Naciones Unidas en aquellos temas que no le son propicios.
Es lógico que un continente como el europeo, que en un siglo ha padecido dos guerras mundiales, libradas en su propio suelo y en las que se perdieron millones de vidas humanas, así como un número de daños en sus infraestructuras catastrófico; que ha soportado tiranías como la Hitler, Mussolini o Francisco Franco, carezca de la fuerza política necesaria para hacerse escuchar. Máxime cuando fueron los Estados Unidos quienes, con el Desembarco de Normandía, asestaron el golpe definitivo al Fascismo y al Nazismo que asolaban nuestro continente.
No obstante, la Historia, como la vida, tiene su tiempo. Si bien todo esto aconteció en el pasado, las circunstancias han cambiado mucho en la actualidad. Ahora tenemos frente a Norteamérica a un ejecutivo republicano encabezado por el presidente Bush, quien sólo entiende el final de los conflictos mediante métodos bélicos, sin cuestionarse el costo en vidas humanas; claro ejemplo ha sido la invasión de Irak. Ante semejante perspectivas, Israel se siente plenamente apoyada en todas sus decisiones de carácter bélico referentes a Palestina y a, en la actualidad, Líbano.
El terrorismo es algo deleznable y si no, que nos lo pregunten a los españoles, que lo llevamos sufriendo durante cuarenta años. Pero el terrorismo es un problema de delincuencia común, perpetrado por una serie de iluminados. En ningún caso se le puede tomar por un acto de guerra en que civiles desarmados paguen con sus vidas las fechorías cometidas por estos asesinos.
Además, hay algo en todo esto del derecho a defenderse que continuamente esgrime Israel que me resulta escandaloso. El asesinato de su primer ministro Shamir, llevado a cabo por un israelí, fue un acto de terrorismo puro y duro. Sin embargo, a este asesino se le juzgó con todas las garantías procesales y se le encarceló bajo condena de cadena perpetua puesto que en la legislación del Estado de Israel no se contempla la pena de muerte. Los escoltas del primer ministro no ejecutaron a su asesino in situ, ni derribaron las casas de sus familiares, que es lo que viene perpetrando el ejército hebreo con los sospechosos de terrorismo. A estas alturas, deberían haber aprendido sobradamente que la Ética es universal, mientras que la moral es cambiante y local y es la causante de tantos sufrimientos padecidos por su pueblo durante siglos hasta llegar a los campos de exterminio.
Todos estos hechos demuestran que ambos países (Estados Unidos e Israel) están gobernados por dirigentes agresivos que ven en el belicismo la solución de todos sus problemas. Lo único que consiguen, en lugar de remediar la situación, es alimentar a los terroristas con odio y les prestan una ayuda inestimable para que sigan creando semilleros de fanáticos bajo cuyas acciones padeceremos en los años venideros.
Existen verdaderos eruditos en cuestión de problemas, maestros en la resolución de los conflictos y de los hechos históricos que respaldan las diferentes posturas. Yo, por el contrario, me considero una sencilla aspirante a aprendiz que, desde mi ideología socialista, intento solucionar los problemas de la mejor manera posible, aquí y ahora.
Quizás una manera de hacerse fuerte sea reconocer nuestras propias debilidades. La realidad es que la Unión Europea, frente los Estados Unidos, carece de peso específico ni tan siquiera para hacerse oír. Eso no nos debe extrañar sistemáticamente, teniendo en cuenta la opinión de los europeos y que el Estado de Israel ignora de forma invariable a la Comunidad de las Naciones Unidas en aquellos temas que no le son propicios.
Es lógico que un continente como el europeo, que en un siglo ha padecido dos guerras mundiales, libradas en su propio suelo y en las que se perdieron millones de vidas humanas, así como un número de daños en sus infraestructuras catastrófico; que ha soportado tiranías como la Hitler, Mussolini o Francisco Franco, carezca de la fuerza política necesaria para hacerse escuchar. Máxime cuando fueron los Estados Unidos quienes, con el Desembarco de Normandía, asestaron el golpe definitivo al Fascismo y al Nazismo que asolaban nuestro continente.
No obstante, la Historia, como la vida, tiene su tiempo. Si bien todo esto aconteció en el pasado, las circunstancias han cambiado mucho en la actualidad. Ahora tenemos frente a Norteamérica a un ejecutivo republicano encabezado por el presidente Bush, quien sólo entiende el final de los conflictos mediante métodos bélicos, sin cuestionarse el costo en vidas humanas; claro ejemplo ha sido la invasión de Irak. Ante semejante perspectivas, Israel se siente plenamente apoyada en todas sus decisiones de carácter bélico referentes a Palestina y a, en la actualidad, Líbano.
El terrorismo es algo deleznable y si no, que nos lo pregunten a los españoles, que lo llevamos sufriendo durante cuarenta años. Pero el terrorismo es un problema de delincuencia común, perpetrado por una serie de iluminados. En ningún caso se le puede tomar por un acto de guerra en que civiles desarmados paguen con sus vidas las fechorías cometidas por estos asesinos.
Además, hay algo en todo esto del derecho a defenderse que continuamente esgrime Israel que me resulta escandaloso. El asesinato de su primer ministro Shamir, llevado a cabo por un israelí, fue un acto de terrorismo puro y duro. Sin embargo, a este asesino se le juzgó con todas las garantías procesales y se le encarceló bajo condena de cadena perpetua puesto que en la legislación del Estado de Israel no se contempla la pena de muerte. Los escoltas del primer ministro no ejecutaron a su asesino in situ, ni derribaron las casas de sus familiares, que es lo que viene perpetrando el ejército hebreo con los sospechosos de terrorismo. A estas alturas, deberían haber aprendido sobradamente que la Ética es universal, mientras que la moral es cambiante y local y es la causante de tantos sufrimientos padecidos por su pueblo durante siglos hasta llegar a los campos de exterminio.
Todos estos hechos demuestran que ambos países (Estados Unidos e Israel) están gobernados por dirigentes agresivos que ven en el belicismo la solución de todos sus problemas. Lo único que consiguen, en lugar de remediar la situación, es alimentar a los terroristas con odio y les prestan una ayuda inestimable para que sigan creando semilleros de fanáticos bajo cuyas acciones padeceremos en los años venideros.
Existen verdaderos eruditos en cuestión de problemas, maestros en la resolución de los conflictos y de los hechos históricos que respaldan las diferentes posturas. Yo, por el contrario, me considero una sencilla aspirante a aprendiz que, desde mi ideología socialista, intento solucionar los problemas de la mejor manera posible, aquí y ahora.
Es por eso por lo que tengo claro que la Unión Europea no debe en modo alguno abandonar a la población Palestina; debe hacerles llegar todo tipo de fármacos y alimentos y ayudarles a establecer hospitales de compaña durante el tiempo que sea necesario. No ha de malgastar este dinero en infraestructuras para que el ejército israelí las destruya, puesto que carece de sentido.
Quizás la única manera de obtener resultados desde nuestra debilidad política deba comenzar por un cambio de mentalidad hacia nuestros países vecinos del sur. Unas relaciones fluidas y amistosas con Marruecos que le permitan un crecimiento económico y un arraigamiento cada vez mayor de su sistema democrático; o la incorporación de Turquía a la Unión Europea, etc., pueden ser las vías de conseguir una Europa con peso suficiente para frenar el integrismo y hacer entender que el único camino para la paz es la paz y el Derecho Internacional.
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