Una nueva forma de guerra
15 de junio de 2006
Las primeras pruebas fiables acerca de la existencia de la guerra es la construcción de aldeas y poblaciones fortificadas. La más antigua, Jericó, era prebíblica, pues en el 7500 a.C. contaba ya con un complejo sistema de murallas, torres y zanjas defensivas o fosos.
La explicación que dan los antropólogos al fenómeno de la guerra es variable. Así, nos encontramos con que algunos afirman que el combate se iniciaba como consecuencia de una acumulación de agravios; en otros casos, la guerra era el precio a pagar para crear una unidad grupal. El hecho de tener enemigos externos los unificaba.
En otros casos, el conflicto se producía como consecuencia de la necesidad de defender los excedentes alimentarios; o como un hecho cultural asumido. Esta última situación sería la propiciada por los nazis y que dio lugar a la Segunda Guerra Mundial.
Como se ve, la guerra y sus causas es un fenómeno estudiado y alberga multitud de interpretaciones según el momento histórico y social en el que se desarrolle.
Sin embargo, puedo asegurar que hasta el día de hoy, no tenía conocimiento de que el suicidio se pudiera considerar como un acto de guerra. Así que las afirmaciones realizadas por las autoridades militares estadounidenses, calificando de esta manera a la muerte de los tres presos de Guantánamo, sencillamente me desbordan. Tanto cinismo y tanta manipulación constituyen un despropósito de tal magnitud que desacreditan a todo aquel que asegure estas palabras. Esta nueva teoría de los mandos norteamericanos nos dice que no gana la guerra quien más bajas cause al enemigo, sino el ejército que más poder de auto inmolación posean, siendo el cenit de la eficacia militar el suicidio colectivo de todo un ejército.
Las explicaciones que se han ofrecido, tan zafias como absurdas, no ocultan ni por un momento que las condiciones de vida de los internos son inhumanas. Lo son porque carecen de la más mínima tutela judicial que garantice sus derechos por muy terroristas que sean. En caso de serlo, porque esa es otra cuestión: al carecer de una acusación formal que legalice su internamiento, desconocemos quiénes son inocentes y quiénes culpables (de acusación).
Si la explicación de las fuerzas militares me deja estupefacta, no dejo de reconocer que todavía esta estupefacción va aún más allá cuando escucho los gritos del silencio. Partiendo de que los derechos humanos son universales y que no podemos comernos a los caníbales, ni asesinar a los asesinos, me pregunto dónde están aquellos progresistas que afirmaban que contra el terrorismo no cabían atajos y que por encima de todo estaba el Estado de Derecho y los Derechos Humanos. Estas palabras fueron reiteradas hasta la saciedad cuando los cañones de las pistolas de los terroristas de ETA estaban todavía calientes después de haber asesinado.
¿Dónde están las voces de los Acebes, los Álvarez Cascos, los Aznar, los Jiménez Losantos, los Rajoy, los Ansón, los Herrera? ¿Qué ha sido de sus gritos, de sus voces pidiendo justicia? ¿Qué ha sucedido con estos aguerridos paladines de los derechos humanos? ¿Por qué no se pronuncian ahora? ¿O es que la universalidad de los derechos humanos queda reducida en realidad a lo local de sus intereses políticos?
La utilización de la muerte con fines políticos es tan indigna, tan llena de miseria moral, como lo han sido las explicaciones de las autoridades militares norteamericanas.
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