Martínez Pujalte y su sopa de ganso
Sevilla, 11 de mayo de 2006
Afirmaba Óscar Wilde que la vida era una magnífica obra de teatro llevada a cabo por unos pésimos actores. Después de asistir a la actuación del diputado del PP, el señor Martínez Pujalte en el Congreso, no tengo más remedio que admitir esta aseveración como una verdad incuestionable.
Señor Pujalte, desconozco si la actuación de esta tarde fue un acto espontáneo, o si por el contrario obedece a una estrategia política en la cual, durante reparto de papeles, le asignaron a usted interpretar el personaje de Arlequín. Forzar al presidente de la cámara, al señor Marín, a que le expulsara después de que le advirtiera y amonestara hasta en tres ocasiones, así como las dos reverencias efectuadas al bajar las escaleras, demuestra que tenía muy asumida su interpretación y que la escenificó lo mejor que pudo. Resultaron también llamativos los gritos de ánimo, las carcajadas y las palmaditas en la espaldan que le dieron sus compañeros de grupo parlamentario.
Si su dramatización fuera, como dije al principio, espontánea, me permito comunicarle que fue lamentable. Usted es un representante del pueblo y como tal debe comportarse ante la cámara, dignificando el sistema democrático, luchando legítima y democráticamente. Olvidó por completo a aquellos a quienes representa.
Si por el contrario usted se limitó a desempeñar el papel que su partido le asignó, que se prestase a hacerlo, comportándose de manera tan vergonzosa, es síntoma de que su dignidad política es tan pobre como manipulable. De todos modos, bajo ninguna de estas dos circunstancias, la actuación que ha llevado a cabo es lo mejor para nuestro sistema parlamentario, ni tampoco ofrece un ejemplo de convivencia a los ciudadano/as de nuestro país.
También puede suceder que usted, señor Pujalte, haya equivocado su profesión y realmente a lo que deba dedicarse es a las representaciones teatrales y llevar a escena, o mejor dicho, dado su lamentable potencial, perpetrar agresiones basadas en obras como Rinconete y Cortadillo, La importancia de llamarse Ernesto o El Sueño de una noche de verano. Seguro que en sus manos se transforman en pesadillas.
Carlos Cipollo avanza la siguiente definición sobre la estupidez: una persona estúpida es la que causa daño a otra persona o grupos de personas sin obtener al mismo tiempo provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Me temo mucho que este es su caso, señor Martínez Pujalte. Su actuación causa daño a las instituciones, que son la representación colectiva de la soberanía popular, y además se causa daño a sí mismo. Puesto que cuando pasen las palmadas, las felicitaciones, risas de solidaridad y aprobación de sus compañeros, sabe muy bien que la interpretación de ese papel lo descarta para el desempeño de cualquier puesto de responsabilidad que requiera de un mínimo de decoro y seriedad.
Usted es el exponente de una inteligencia fracasada, incapaz de ajustarse a la realidad de comprender lo que pasa y de dar soluciones a los problemas sociales y políticos. Cuando se equivoca, sistemáticamente desaprovecha ocasiones y hace del disparate una forma de vida.
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