21 julio 2006

Derechos humanos para la dignidad humana

Sevilla, 21 de julio de 2006


Después de Hitler, Himmler era el hombre con más poder dentro del partido nazi y también, con toda probabilidad, el más loco y el más asesino. En 1936 dictó el siguiente decreto: “En nuestro juicio la homosexualidad, síntoma de degeneración que podría destruir nuestra raza, hemos de volver al principio rector: el exterminio de los degenerados”. En consecuencia, dio orden de enviarlos a los campos de nivel 3; es decir, los campos de exterminio. Según la Iglesia Luterana Austriaca, fueron asesinados más de doscientos mil homosexuales.

No acabaría la injusticia macabra y del horror ahí para estas personas. Tras la guerra se compensó generosamente a los supervivientes de los campos, con excepción hecha a los homosexuales. Para la legislación alemana hasta el año 2000, los ciudadanos/as gays y lesbianas continuaban siendo delincuentes. En la actualidad, la homosexualidad masculina está castigada con pena de muerte en los siguientes países: Afganistán, Pakistán, Chechenia, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Yemen, Mauritania y Sudán.

En nuestro propio país, en 1974, en las postrimerías de la dictadura, se inauguró una cárcel exclusiva para homosexuales cuya finalidad era “regenerarles” y castigar con la prisión sus tendencias sexuales. Esto sucedió cuando el fundador del PP era ministro de represión de Franco.

Hasta aquí el pasado con toda su injusticia, su horror, su miseria, sus asesinatos y su barbarie.

Hablemos ahora de esperanza, de convivencia y progreso. Que mi partido aprobara la ley que permite a dos personas del mismo género contraer matrimonio con igualdad de derechos, como se les había estado negando durante siglos hasta la actualidad, da muestras de una clara intención de crear una sociedad en la que la convivencia, el respeto y la tolerancia estén por encima de todo lo demás.

La aprobación de la ley, así como su desarrollo con completa normalidad desde que entró en vigor es lo que entendemos la mayoría de la ciudadanía como el triunfo de la Luz de la Razón, en contra de la sinrazón de los “iluminados” e “iluminadas” y ha supuesto -esto es lo que me hace sentir más orgullosa como socialista- romper tendencias que fueron aceptadas en su época y rechazadas con posterioridad gracias al esfuerzo progresista, que mantuvo largas luchas por acabar con preceptos morales que en su día parecían adecuados y que en realidad eran del todo aberrantes. No sólo hago referencia al tema de la sexualidad, sino también a creencias disparatadas, erróneas y perversas como la esclavitud, la discriminación de la mujer, de las personas negras, la negación de los derechos de las minorías, el carácter sagrado de los reyes, los estados confesionales, que se aceptara una supremacía de una raza, el uso de la tortura como procedimiento jurídico legítimo, etcétera.

No me gustaría que se entendieran mis palabras como un ataque a ninguna fe religiosa ni mucho menos. Sabemos que la creencia o la fe es un sistema cerrado de pensamientos; si crees, puedes ver más allá que los que no lo hacen. Sin embargo, sí hago alusión directa a la jerarquía eclesiástica española y, sobre todo, a esos dirigentes de asociaciones que defienden como posible un único modelo de familia, de acuerdo con sus propias convicciones religiosas y que marginan cualquier otro tipo de convivencia familiar o de familia que se de en la actualidad.

Ustedes, señores, carecen de cualquier atisbo de legitimidad ética para decir a los demás, a la sociedad civil, qué modelos son buenos y cuáles malos. Deberían entender que, si bien según sus creencias son poseedores de este discernimiento, sólo son libres de aplicarlo a sus vidas, pero nada más. La visión catastrofista de que hay que proteger a la familia, erigiéndose como paladines a ultranza de la Verdad Absoluta, los coloca en las mismas posturas del pasado que tanto dolor y desgracia llevaron a las sociedades que en su momento las padecieron.