21 enero 2006

II. Salvaguardar la vida de los/as ciudadanos/as

2003
Más que la realización de fines militares, el objetivo de los terroristas es la propagación del pánico en la comunidad sobre la que dirige la violencia. En consecuencia la comunidad se ve coaccionada. El secuestro de la voluntad popular y la imposición de su ideología por la fuerza de las armas y la muerte sería su fin último.

Pero aunque este fenómeno abominable nos pueda parecer reciente, no lo es. El terrorismo ha aparecido una y otra vez a lo largo de la historia. En Irlanda grupos protestantes y católicos ya se aterrorizaban mutuamente tras la Reforma de Lutero.

En su forma moderna sin embargo el terrorismo sistemático recibió un gran impulso entre los siglos XVIII y XIX, con la propagación de ideologías y nacionalismos seculares. Tras las Revolución Francesa adeptos y detractores de los valores revolucionarios utilizaron el terrorismo. En el sur de los Estados Unidos de América se creó el Ku Klux Klan después de la derrota de la confederación en la guerra civil estadounidense (1861 – 1865), para aterrorizar a los antiguos esclavos y a los representantes de las administraciones encargadas de la reconstrucción impuesta por el gobierno federal. Ya en el siglo XX aparecen grupos terroristas con conexión internacional, como el IRA en Irlanda, la fracción del ejército rojo en Alemania o las brigadas rojas en Italia, y Eta en España.

Si nos fijamos con detenimiento en todos estos datos históricos, es fácil llegar a una conclusión. Por encima del tiempo, el país o la ideología, la característica fundamental en todo momento es el desprecio a la vida.

Por eso los representantes políticos, y sobre todo, nuestros gobernantes elegidos democráticamente, deben ser muy cautelosos en la toma de decisiones con respecto al terrorismo, porque su obligación principal debe ser preservar el estado de derecho con las menos víctimas posibles. Como dije anteriormente, la característica principal del terrorismo es el desprecio más absoluto por la vida de los ciudadanos, y una vida es algo que no tiene reemplazo cuando se pierde. Cualquier familiar que sufre la pérdida de un ser querido en manos del terrorismo padece una condena perpetua en el dolor.

Por eso, cuando se toman decisiones tan radicales como la participación en la guerra contra Irak, hay que tener en cuenta todo esto último. Ya que si bien es verdad que el único responsable de un asesinato es el asesino, no es menos cierto que la obligación de un presidente es intentar salvaguardar la vida de sus conciudadanos. La participación de nuestro país en un acto bélico, sin la aprobación de las Naciones Unidas, y teniendo un frente permanentemente abierto como es Eta, es posiblemente una decisión temeraria, puesto que puede representar la orientalización de nuestro país respecto al terrorismo. De este modo podríamos encontrarnos con varios grupos terroristas en lugar de uno solo; esto significaría un coste superior en vidas humanas, y mucho sufrimiento para nuestro país.