Las cavernas
9 de Noviembre de 2003
La utilización del miedo en la política no es algo nuevo; lleva produciéndose cientos de años a lo largo de la cultura occidental.
El miedo o, mejor dicho, la creación y fomento de este, otorga una plataforma desde la cual se puede utilizar o manipular a gran parte de la población para la consecución de determinados fines. De otra manera, se tendría un nulo o escaso éxito.
La utilización del miedo en la vida pública equivale al retroceso a las cavernas de la humanidad, cuando se pensaba que los fenómenos y las catástrofes naturales eran obra de los dioses y los seres humanos no tenían ninguna posibilidad de hacerles frente. Sólo podía confiarse en el intermediario de los dioses. Este no era otro que el hechicero, el único capacitado para aplacar la furia de las divinidades.
Sometiéndose a las interpretaciones del hechicero, la tribu perdía cualquier tipo de libertad, tanto individual como colectiva. El miedo marcaba la vida de los sujetos de tal manera que, antes de realizar cualquier acto, se debían plantear si sus acciones podrían ofender a los dioses para así evitar sus represalias.
El miedo tenía un rango de ley, porque cualquier individuo que no se sometiera a los designios del hechicero suponía un peligro para todos y, en ese caso de catástrofe natural, su vida corría un serio peligro.
En estos días en los que se celebra el debate sobre el estado de las autonomías, no puedo evitar ver cómo este modelo de comportamiento, primitivo e irracional, se vuelve a instalar en las Cortes de la Nación de la mano del PP. Estos ejercen una labor de portavoces de un catastrofismo épico y desmesurado entre dioses y humanos, en el cual sólo ellos son capaces de salvarnos del desastre. Eso sí, siempre que nos sometamos todos a su voluntad y pretensiones sobre cuál deber ser el marco de las autonomías del Estado. Todas las catástrofes serán pocas por haber osado desobedecer.
Sin embargo al PP, guiado por el señor Rajoy, parece que se le escapa algo: se trata de la mayoría de edad intelectual de la que gozamos los ciudadanos/as. El que la señora Aguirre afirme que “nos encontramos ante la mayor crisis que ha sufrido nuestro país en toda su historia”, una gran mayoría de ciudadanos/as quisiéramos recordarle que nuestro país superó 40 años de dictadura franquista basada en el miedo, para conquistar finalmente entre todos/as un espacio de convivencia y solidaridad que recibe el nombre de Monarquía Parlamentaria. Es decir, nuestra actual democracia.
Contra la creación del miedo, templanza. Contra la crispación, diálogo. Frente al extremismo, moderación; y frente al catastrofismo del PP, confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad de convivir en paz y crear riqueza y prosperidad.
El miedo paraliza; es de esta actitud de la que tenemos que cuidarnos los ciudadanos/as frente al hechicero Rajoy, para que no manipule nuestra razón y voluntad. La España de las autonomías conseguirá salir adelante, creando nuevos espacios de libertad y progreso, a pesar de elementos distorsionadores tan viles como el miedo que el señor Rajoy y su partido esgrimen.
La utilización del miedo en la política no es algo nuevo; lleva produciéndose cientos de años a lo largo de la cultura occidental.
El miedo o, mejor dicho, la creación y fomento de este, otorga una plataforma desde la cual se puede utilizar o manipular a gran parte de la población para la consecución de determinados fines. De otra manera, se tendría un nulo o escaso éxito.
La utilización del miedo en la vida pública equivale al retroceso a las cavernas de la humanidad, cuando se pensaba que los fenómenos y las catástrofes naturales eran obra de los dioses y los seres humanos no tenían ninguna posibilidad de hacerles frente. Sólo podía confiarse en el intermediario de los dioses. Este no era otro que el hechicero, el único capacitado para aplacar la furia de las divinidades.
Sometiéndose a las interpretaciones del hechicero, la tribu perdía cualquier tipo de libertad, tanto individual como colectiva. El miedo marcaba la vida de los sujetos de tal manera que, antes de realizar cualquier acto, se debían plantear si sus acciones podrían ofender a los dioses para así evitar sus represalias.
El miedo tenía un rango de ley, porque cualquier individuo que no se sometiera a los designios del hechicero suponía un peligro para todos y, en ese caso de catástrofe natural, su vida corría un serio peligro.
En estos días en los que se celebra el debate sobre el estado de las autonomías, no puedo evitar ver cómo este modelo de comportamiento, primitivo e irracional, se vuelve a instalar en las Cortes de la Nación de la mano del PP. Estos ejercen una labor de portavoces de un catastrofismo épico y desmesurado entre dioses y humanos, en el cual sólo ellos son capaces de salvarnos del desastre. Eso sí, siempre que nos sometamos todos a su voluntad y pretensiones sobre cuál deber ser el marco de las autonomías del Estado. Todas las catástrofes serán pocas por haber osado desobedecer.
Sin embargo al PP, guiado por el señor Rajoy, parece que se le escapa algo: se trata de la mayoría de edad intelectual de la que gozamos los ciudadanos/as. El que la señora Aguirre afirme que “nos encontramos ante la mayor crisis que ha sufrido nuestro país en toda su historia”, una gran mayoría de ciudadanos/as quisiéramos recordarle que nuestro país superó 40 años de dictadura franquista basada en el miedo, para conquistar finalmente entre todos/as un espacio de convivencia y solidaridad que recibe el nombre de Monarquía Parlamentaria. Es decir, nuestra actual democracia.
Contra la creación del miedo, templanza. Contra la crispación, diálogo. Frente al extremismo, moderación; y frente al catastrofismo del PP, confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad de convivir en paz y crear riqueza y prosperidad.
El miedo paraliza; es de esta actitud de la que tenemos que cuidarnos los ciudadanos/as frente al hechicero Rajoy, para que no manipule nuestra razón y voluntad. La España de las autonomías conseguirá salir adelante, creando nuevos espacios de libertad y progreso, a pesar de elementos distorsionadores tan viles como el miedo que el señor Rajoy y su partido esgrimen.
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